Alba Biznaga
Escritora, lectora y soñadora,
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Hola de nuevo, veréis, he creado esta sección para que conozcáis algunos de los microrelatos (o «locurillas», como yo suelo definirlos) con los que he conseguido quedar finalista en varios concursos. Espero que os gusten.
AGUA
El deshielo ha llegado. Bajo por la montaña a gran velocidad. A mi paso, siento crujir cientos de ramitas e innumerables cosquillas a causa del aleteo de los salmones. Percibo la erosión bajo mis pies: es como un tango, elegante y pausado, hasta que, de pronto, se transforma en una coreografía agresiva, estallando en una catarata iracunda. Caigo al abismo y vuelvo a tomar las riendas de mi sendero. Quizás sea el elixir de los árboles o tal vez apague la sed de alguna criatura. No sé qué milagro obraré, pero, mientras tanto, seguiré mí propia corriente.
SOLO TÚ
Allí estaba él: desnudándome con los ojos, seguro de sí mismo, mordiéndose el labio inferior sin ningún pudor. De hecho, la palabra pudor no existía en su vocabulario. Para él, el sexo solo era un juego en el que todos ganaban, y el premio era llegar al orgasmo. Al principio, no quería jugar su partida. Tenía mucho miedo. Miedo a corromperme de regocijo entre sus brazos corpulentos. Miedo a quemarme con sus dedos. Miedo a no ser capaz de soportar tanto deleite… Sin embargo, alentada por el ardor de su mirada, puse mis cartas boca arriba. Él descifró el deseo a través del azul de mis iris y, cadencioso, se acercó hasta mí y me desnudó despacio. Lánguidamente, tocó mis pechos, mordisqueó mis pezones y saboreó mis labios. Su lengua descubrió cada recoveco de mi cuerpo mientras los dedos de mis pies se encorvaban con cada uno de sus embates. En aquel instante, él no era un hombre sino una fiera hambrienta y lujuriosa que solo buscaba calmar su gula, comiendo de mi carne y bebiendo de mi boca. Hasta que se empachó de mí, y yo jadeé de placer entre sus brazos.
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IDENTIDAD
Ya no era yo, ni él era él. En aquel momento éramos dos almas errantes en busca de nuestro propio regocijo. Sí. Ya no era yo, ni él era él. Solo éramos dos cuerpos a punto de calcinarnos entre montañas de besos y caricias, consumidos por una amalgama de sensaciones que bailaban al compás de unas embestidas. Sí. Ya no era yo, ni él era él. Solo éramos dos fieras que bebíamos del cuerpo del otro hasta emborracharnos de placer... hasta terminar jaspeados de sudor en los brazos del otro... hasta recobrar nuestra identidad.