¡Atención hay spoilers! Pero muchos ...
Hola, hooola, aunque no lo parezca, sigo viva. Sí, hace mucho tiempo que no entraba por estos lares y no sabéis la ilusión que me hacía retomar el blog y más para compartir los entresijos de Un cerezo en Nueva York. Antes que nada tengo que dar las gracias a mi compañera, Altea Morgan, por dejarme copiarme de su idea, pues ella escribió algo parecido en su blog con su bilogía Tokio.
Por suerte, he acabado los exámenes y, últimamente, tengo más tiempo libre para organizarme y retomar la que, algún día, será mi segunda novela. Sin embargo, hoy no vengo a hablaros de ella, sino de mi Cerezo, como yo llamo de forma cariñosa a mi niña primogénita. Quienes me seguís o me habéis leído, ya sabéis que se publicó en el mes de febrero, aunque he querido esperar unos meses antes de escribir estas líneas para empaparme de vuestras impresiones y así poder ser lo más objetiva posible a la hora de comentaros mi punto de vista.
Bien, ¿por dónde empiezo con este hilo de cotilleos narrativos? ¿Qué tal por el plato fuerte de la historia? Es decir, el famoso giro. Admito que, aunque la novela tiene partes más clichés, como ocurre en otras tramas románticas, hay una que sin duda sorprende, tanto para bien, como para mal. De hecho, antes de escribirla, tenía claro que quería unir el mundo del espectáculo con el de la mafia. A simple vista, puede pareceros una idea algo descabellada, pero, a veces, la ficción supera a la propia realidad como le ocurrió, entre otros, al gran Frank Sinatra. Así que, aunque creáis que esa parte de la novela es más inverosímil, ya os digo yo que el mundo de Hollywood está muy podrido.
Sé que a muchas lectoras (hablo en femenino porque todavía ningún humano del sexo masculino se ha comunicado conmigo para hablarme de la novela) ese giro os ha encantado e inclusive me habéis felicitado por mensajes privados, diciéndome que os ha gustado mucho cómo la novela de Sara poco a poco se hacía realidad. Y ese era el objetivo, dar la sensación de que había un libro dentro de otro libro. Qué lío, lo sé, pero si os ha molado, eso es lo que vale. De verdad, solo por leer esos comentarios tan bonitos, ya han merecido la pena todas las horas robadas al sueño. Tampoco os penséis que me han vitoreado de elogios, a otras lectoras no les ha hecho tanta gracia y a ellas les hubiera gustado una historia más lineal. Algunas de vosotras también me habéis aconsejado que, antes de escribir ese cambio tan brusco, tenía que haber dejado más pistas a lo largo de los capítulos, y, oye, puede que tengáis razón. Sin embargo, no quería que sospecharais que Mónica era una Crecento y buscaba a toda costa conseguir ese efecto abro-la-boca, también llamado: pero ¿qué me estás contando, chata? Otra cosa no, pero creo que eso lo he conseguido.
Total, a pesar de que es mi primera novela, tenía muchísimas ganas de arriesgar (ajá, soy un poco masoca), de escribir una historia distinta a otras y lo hice, pese a que sabía a lo que me enfrentaba. Es más, mis lectoras cero y yo intuíamos por dónde me caerían las críticas y por eso no me han sorprendido demasiado. Bueno, algunas sí, porque creo que no han entendido el mensaje subliminal que quería trasmitir, ¡qué le vamos a hacer! Ya aprovecho esta entrada para daros mi versión de los hechos y aclarar algunos aspectos que se quedaron en el tintero.
En primer lugar, Devon nunca le promete nada a Sara y, por ende, no tiene que pedirle perdón. No quiero convencer a nadie, solo os doy mi más sincera opinión de como yo , como autora y lectora, veo a los personajes. Os decía que, desde el minuto cero, Devon jamás camufla sus intenciones con respecto a ella. Además, Sara no es ninguna tonta y sabe en todo momento lo que él está dispuesto a ofrecerle y, en ese sentido, no podemos culparlo. Otra cosa es que le oculte el poder de su familia, pero eso es algo totalmente comprensible. Recordemos que Devon no es un mafioso como tal, al menos no era esa la impresión que quería proyectar de él (si esa es la que tenéis, algo he hecho mal). Solamente se hace cargo del clan por un mero sentimiento de venganza y tiene claro que, cuando acabé con los Crecento, volverá a alejarse de su familia y de sus negocios ilícitos. En resumen, el chaval tendrá muchos defectos, pero a sincero no le gana nadie y, para colmo, es un caballero (de esos que están en extinción). Vale, me habéis pillado, con él no puedo ser objetiva. ¿Se ha notado mucho que es mi personaje favorito?
En cuanto a Sara, aunque al principio está pasando por una mala racha a nivel económico y sentimental, cuando gana el premio Neptuno, todo su mundo cambia por completo. Es un personaje que me atrapó por su dulzura y por la forma tan optimista que tiene de hacerle cara a los problemas. Es cierto que, en ocasiones, se muestra más negativa por culpa de su bagaje emocional, pero me apetecía crear un personaje cercano, lejos del estereotipo que ahora está tan de moda de mujer guerrera y comehombres. No digo que no me guste esa personalidad en una protagonista femenina, de hecho, Ana es así, una mujer con la autoestima por las nubes, sin pelos en la lengua que le importa un bledo el que dirán y que disfruta la vida con intensidad. Sin embargo, yo buscaba en Sara todo lo contrario, es decir, quería sacar a relucir esa parte más humana y real por la que todas hemos pasado cuando estamos de bajón. En su caso, me pareció una buena idea que ella fuera psicóloga, ya que, cuando no se escuda en el trabajo, se derrumba como cualquier mortal.
Otra de las cosas que más me han gustado de ella es que es vegana (más bien está en proceso de serlo) y, a través de sus reflexiones, he intentado concienciar sobre el sufrimiento que padecen los animales de granja (el maltrato animal es un tema que siempre estará presente en mayor o menor medida en mis novelas).
Referente al amor, después de su divorcio, ya no cree en romances ni en palabras bonitas. No obstante, cuando conoce a Eusebio hace un esfuerzo titánico por salir de ese bache amoroso y le abre su corazón (y de paso sus piernas). Pero nada sale según lo previsto y, tras acostarse con él, sufre una decepción sexual de tal magnitud que decide olvidarse de los hombres por una larga temporada. En ese instante se da cuenta de que jamás podrá arrancarse a su ex de la mente y de su cuerpo. Hasta que ve a Devon por primera vez y sus ojos azules la hipnotizan, conduciéndola al mismísimo nirvana. Aquí podríamos hablar del famoso instalove o flechazo del que yo soy una ferviente defensora porque, entre otras cosas, lo he vivido en mis propias carnes. De modo que Sara nadará a contracorriente para evitar que ese actor termine por hacerla añicos. Sin embargo, cuanto más intenta luchar contra sus impulsos, más le gusta Devon, pues cuando la mira, su corazón palpita acelerado y cuando la toca, su piel se transforma en cenizas. ¿Cómo enfrentarse a esa atracción desbordante? Complicado, ¿no? A la pobre no le queda de otra que dejarse arrastrar por lo que siente y vivir el presente. En ese sentido la entiendo y creo que yo actuaría igual (¡Ya te digo! De solo imaginarme a Matt Bomer sonriéndome, me derrito).
Quizás lo que más me ha gustado de la novela (aparte del final) ha sido cómo ambos personajes van intercambiándose los papeles. Al principio conocemos a un Devon seguro de sí mismo pero, a medida que avanza la historia, acaba dudando de todo y esa arrogancia que lo caracteriza se derrumba de un plumazo. Luego la tenemos a ella, a doña inseguridades, que tiene claro que lo suyo con el actor no es más que una relación que tiene fecha de caducidad. Aunque al estar al borde la muerte por la paliza sufrida de manos de Andrea Crecento, cambia el chip y decide que, pese a todo, va a luchar por él. Por los dos. Por un amor que se escapa a su control y raciocinio. De ahí la frase promocional de la historia: Si tienes miedo de volver a enamorarte, adelante. Ama con miedo, pero ama. Muchas lectoras me han dicho que esas palabras definen a Sara a la perfección, pero siento decirles que no van dirigidas a ella, sino a Devon, porque al final no nos olvidemos de que el cobarde y el que teme al amor es él.
Entre los secundarios más importantes nos encontramos con Ana. Es un personaje muy divertido que destaca por su personalidad arrolladora que, por cierto, es igual que la de una amiga mía que está como un cencerro (sí, Ana existe). También tenemos a Eusebio, alias “el sapito”, el típico chico bueno del que todas deberíamos enamorarnos. A Paolo Rossi, el director alocado que siempre le saca a Sara una sonrisa. A Andrea Crecento, el malo malísimo de la historia (con él tuve hasta pesadillas y reconozco que me inspiré para escribir esa escena brutal, viendo capítulos de Mentes criminales). Y, cómo no, a Mónica Soler, la editora de Sara, una pelirroja con cara y voz angelical de yo-no-he-roto-un-plato que justo en el clímax de la historia sufre una metamorfosis y se convierte en un personaje crucial.
¿A qué no sospechabais que ella estaba detrás de todo el tinglado?
Si os dais cuenta, cuando ella aparece en acción es para poneros sobre aviso, contándonos el pasado de los Pioginnis. Además, siempre está merodeando cerca de Sara y es la que la anima a que mantenga una relación con Devon y también la que, en silencio, lleva a cabo el maquiavélico plan que acaba en secuestro. Reconozco que me daba tanta pena de este personaje que le di un voto de confianza y luego se muestra arrepentida. En realidad nunca pensó que las cosas llegarían tan lejos. En el fondo aprecia a Sara y sólo quiere asustarla, pero no le desea la muerte. Por eso mismo, cuando se da cuenta de la gravedad de la situación, intenta enmendar su error, aunque ya es demasiado tarde porque con la camorra no se juega. Uh, ¡qué yuyu!
Tenemos otros secundarios, como Elena, la madre de Sara o Diego, su hermano, sin embargo, apenas aparecen en la historia, así que no tengo mucho que decir de ellos. En principio, la novela era más larga, pero como no quería meter tanto relleno, decidí eliminar los capítulos donde salían estos personajes, así como las amigas de Sara y Alfonso, su exmarido. De todas formas si queréis leerlos, me los pedís por correo o por cualquier red social. En cambio, algunos secundarios como Steve, pienso que sí merecían tener su propia historia. Quizás algún día me anime a escribir Un naranjo en Sevilla y, por supuesto, su compañera femenina tengo claro que sería Ana. ¿Cómo os quedáis? Pues sí, juntar a esos dos tiene que ser la bomba.
En fin, creo que no me he olvidado de ningún personaje al hacer mi análisis personal. Ah, no, un momento, me ha faltado hablaros de Pixi, ¿os acordáis del perro de Sara? Pues también existió, ya que yo tenía un bóxer blanco al que quería muchísimo y que murió mientras estaba escribiendo la novela. No sabéis bien lo que lo echo de menos. Ojalá que sea muy feliz en el cielo de los peludos.
Cambiando de tema, el título lo elegí porque está íntimamente relacionado con un cerezo que hay en la casa de mi madre. Sin embargo, la portada no la elegí yo, sino que me la diseñó la editorial, la cual, previamente, me envió un cuestionario que yo rellené según mis gustos, y el resultado me fascinó. Recuerdo que, cuando abrí el correo y la ví por primera vez, me emocioné. Siempre digo que el interior puede gustar o no, pero el exterior es precioso, y fue justo cómo imaginé que sería la portada del libro de Sara. Para mí, es una de las partes más bonitas de todo el proceso de publicación.
Por otro lado, tengo que dar las gracias a Google Maps por ayudarme con la ambientación y también a mis compañeras de letras, Annie Fischer y Altea Morgan, por echarme un cable con los diálogos argentinos y mil cosas más. Es paradójico, pero he estado en todos los lugares que se mencionan en la novela, excepto en Argentina. Eso sí, después de escribir esta historia, tengo una ganas inmensas de ir a Buenos Aires para pasearme bajo el manto morado de los jacarandas, tomarme un mate en San Telmo o disfrutar del colorido de la Boca. Aunque lo que realmente me haría más ilusión es conocer el Ateneo Grand Splendid. Imaginaos por un momento firmar allí, tal como hizo Sara con el libro que la catapultó al estrellato. ¡No digáis que no es el sueño de cualquier escritora!
A modo de curiosidad os confesaré que en la novela lanzo algunos guiños que la gente que me conoce han captado al vuelo. Unos son más tristes, como que mi padre, al igual que el padre de Sara, también murió de cáncer y hay muchas frases que van dedicadas a él. Otro tiene que ver con el nombre del sapito, ya que lo llamé Eusebio en honor a un hermano de mi madre que era muy gracioso y al que yo recuerdo con una sonrisa pegada en la boca... Sí, por desgracia, la muerte nos arrebata a nuestros seres queridos y ese dolor se queda enquistado en el corazón de por vida y es dificil de ignorar. Pero, eh, no nos pongamos melancólicas, hay algunos guiños más alegres, como que el hotel donde Sara y Devon pasan esa noche tan romántica en Nueva York fue el mismo donde yo me hospedé en mi luna de miel o que mi sitio favorito del mundo mundial es el Paseo de los Tristes: el lugar al que voy cuando pierdo la inspiración y asimismo el lugar donde Devon se le declara a Sara (sniff, sniff… lloro de emoción). Ahora entendereis por qué lo elegí como escenario para el final.
Como anécdota os diré que la historia sufrió tantos cambios, que incluso llegué a odiarla. Exacto, como lo habéis leído. Sé que pensáis que es algo extraño que una autora odie a su bebé, pero, a veces, ocurre. Así es, a veces, acabamos tan saturadas de una historia que terminas aborreciéndola y lo mejor es alejarse de ella. Necesitaba un cambio de registro, una historia nueva que me devolviera la ilusión de escribir. En definitiva, un soplo de aire fresco, y eso es justo lo que han conseguido Mario y Sofía: mis nuevos protagonistas.
Pues nada, espero que está entrada os haya resultado interesante; no diréis, es la más larga que he escrito. De nuevo, hago hincapié en que va dedicada a aquellas personas que han leído la novela porque, en caso contrario, vaya tela, yo misma me he encargado con creces de destriparos todos sus secretos. No sé, a lo mejor estoy equivocada y la disfrutáis más así sin sobresaltos, ya sabemos que como gustos colores ;).
Ahora sí que os dejo, pero antes de despedirme de vosotras, lo hago también de mis chicos de forma oficial. Ya va siendo hora de dejarlos tranquilos. Además, este año me he reconciliado con ellos y he vuelto a enamorarme de la historia. ¿Qué más puedo pedir? Bueno, por pedir que no quede, como, por ejemplo, que me encantaría que la recordarais con mucho cariño, al igual que yo la recordaré toda la vida como mi primera inmersión en el mundo de la romántica. Espero que no sea la última.
Nos leemos, primores.
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